CAP. 2.1: ÚNICO Y ÚLTIMO DESEO

TRAZAS DEL ORIGEN

CAPÍTULO 2

UNA CARRERA PROMETEDORA


A Aitana le encantaba pasear por el pinar que albergaba su propiedad pese a que las piernas ya no le respondían demasiado bien. Esos árboles tenían ya casi setenta años ya que los plantó cuando su hijo menor cumplió un año. Ella y su marido compraron la finca cuando este nació y en ella tan sólo había plantado un olivo que ya era centenario y tan sólo había una construcción ruda que servía como gallinero. Su marido, que ya había fallecido hacía más de quince años, había sido funcionario dedicado a la inspección de construcciones para uso doméstico y también conocía bien el oficio de albañil, por lo que poco a poco convirtió aquel gallinero en una caseta que le permitió a la familia pasar los fines de semana en aquella finca. Cuando Aitana se sentaba en una silla bajo la sombra de aquellos pinos sentía una sensación de tranquilidad y le invadían muchísimos pensamientos acerca de cómo poco a poco su marido y ella fueron realizando las inversiones necesarias para convertir aquel campo en un hogar para vivir con todas las comodidades con el objetivo de que sus cuatro hijos se criaran en aquel entorno parcialmente aislado del área metropolitana de Alicante, que había crecido enormemente como consecuencia de ir absorbiendo y mancomunando los pueblos y ciudades de alrededor.

Eran más o menos las ocho de la mañana y, tras visitar el pinar, Aitana solía disfrutar de un paseo por toda la finca. En ella se podía encontrar una docena de gatos, gallinas, tortugas de tierra e incluso dos pavos reales. Aitana hacía ramilletes con las plumas de estos para ponerlos en jarrones y depositarlos por la casa de dos pisos que se encontraba cerca de la entrada a la propiedad y que su marido había construido a excepción de la estructura, el caravista exterior y el trabajo de fontanería y electricidad. Aquel lugar era para ella un santuario que había cuidado con muchísima atención en el pasado pero que ahora debido a su avanzada edad de ni más ni menos ciento nueve años ya no podía. A Aitana le encantaban las plantas y tener un jardín diverso y bien cuidado pero ahora ya no podía dedicarse a esa tarea por lo que los tiempos de esplendor de sus tierras tan solo sobrevivían en su memoria y la de su familia y amigos.

La anciana ya no era autosuficiente pero se defendía en su día a día  a base de mucho esfuerzo y con la ayuda de sus allegados. Ya no podía ir a comprar porque no podía conducir así que necesitaba de la colaboración de sus hijos para poder sobrevivir en la finca y tampoco podía dedicarse a las tareas de limpieza del hogar por lo que se había hecho con dos androides que le ayudaban con ese cometido lo que suponía el pago de sus cotizaciones correspondientes. Sus cuatro hijos tenían su propia vida así que procuraba no molestarlos cuando necesitaba ayuda, algo que solía ocurrir con cierta frecuencia. Al final, y tras una conversación familiar, sus hijos decidieron que era hora de que Aitana abandonara aquella finca para pasar a vivir en una residencia de ancianos de elevada categoría seleccionada por ellos pero ella se opuso hasta que no le quedaron razones ni argumentos para rebatirlos. Ese día era el último día que Aitana dormiría en su habitación de sus queridas tierras y al día siguiente su hijo mayor la llevaría a la residencia de ancianos con el objetivo de mejorar su calidad de vida y recibir las atenciones adecuadas.

Sus hijos lo habían preparado todo, desde deshacerse diligentemente de los animales hasta alquilar la propiedad para obtener ingresos con los que ayudar a pagar el nuevo destino de la matriarca, una residencia de mayores situada en el mismo distrito de Alicante donde se encontraba la finca. Pero antes de que todo esto ocurriera la familia había pactado quedar para comer por última vez en la finca y Aitana era, como siempre, la encargada de preparar la comida por lo que se puso manos a la obra sobre las once de la mañana. Mientras hacía los preparativos de la paella que iba a cocinar dos Guardias Civiles, amigos de Aitana y de la familia, accedieron a la finca con su vehículo oficial. Estos solían pasarse una vez a la semana para asegurarse que Aitana estaba bien y, de paso, se quedaban para disfrutar de un almuerzo casero que la anciana les preparaba con mucho cariño. Cuando los Agentes tocaron a la puerta de la vivienda, Aitana los recibió y les indicó que pasaran. Ellos sabían que ese día era el último día de la anciana en su propiedad y sus rostros lo expresaban bien con un formato de leve tristeza porque sabían que Aitana amaba aquel lugar y ya no tendrían la posibilidad de disfrutar de aquellos ratitos con ella que tanto les gustaba. La pareja de Guardias Civiles alcanzaron la cocina y se sentaron junto a la mesa mientras Aitana seguía cocinando a dos bandas el almuerzo para ellos y la comida para su familia. Tras dejar algo de equipamiento en la mesa, José, el más veterano de los dos agentes de la ley allí presentes, le preguntó a la anciana:

-Bueno, Aitana, ¿Cómo llevas el último día en la finca?

-Mi mente está revoltosa por el hecho de tener que abandonarla pero me estoy centrando en no disgustarme y tan solo revivir todo lo que he vivido aquí. No hay mal que por bien no venga. - Contestó la anciana apartando la mirada de la placa de inducción sobre la que cocinaba.

-Claro. Además te van a cuidar super bien allá donde vas, incluso puede ser que conozcas a personas interesantes. - Aclaró Izan, compañero de José.

-Me conformaría con conocer a personas que respeten mi querida soledad. La soledad es la gran talladora del espíritu, una de las pocas cosas que sigue joven en mí. - Dijo la anciana sonriendo.

-Siempre puedes venir a visitar la finca si se lo pides a alguien, incluidos nosotros. - Aclaró José.

-Esa no es una opción. Todas mis propiedades se las doné en vida a mis hijos para evitar conflictos entre ellos por la herencia. La retención de la riqueza tan solo trae miseria al igual que los tesoros suelen atraer a las fieras. Han decidido alquilar la finca para ayudar a pagar la residencia de ancianos y lo veo bien porque no quiero ser una carga para nadie. - Añadió Aitana mientras seguía cocinando.

-¿Cómo podrías ser tú una carga cuando has soportado la carga de muchísimas personas? - Preguntó José sorprendido por las palabras de la anciana.

-No se hacen las cosas para ser reclamadas en un futuro. Es una forma de mantener limpia mi conciencia a la que siempre he cuidado. Las etapas se cierran y otras se abren pero el cuidado de la conciencia debe ser un continuo. - Contestó Aitana.

-Siempre me han dicho que hay que dejarse ayudar y levantar la mano cuando uno necesita un cable. - Intervino Izan.

-Correcto. Pero una cosa es necesitar ayuda y otra cosa es tener que ser ayudado. Hay una diferencia y es que en el primer caso hay posibilidad de elección y en el segundo caso no. La ayuda se convierte en obligación y nunca he querido obligar a nadie a nada en mi vida. Ya que no soy autosuficiente físicamente al menos me reconforta el serlo en el plano económico. Pero bueno ¿Qué  tal ha ido vuestra semana? - Indagó Aitana intentando cambiar a un tema que no requiriera tanta explicación.

-Pues con muchas actuaciones, sobre todo para contrarrestar los actos de gente con problemas de salud mental arrastrados aún por la miseria de la gran crisis económica de la que estamos saliendo poco a poco. La miseria vuelve loca y agresiva a la gente. - Declaró José con un tono mucho más serio.

-No estoy de acuerdo. La falta de formación espiritual e inteligencia emocional es la raíz del problema. - Dijo Aitana.

-Que yo sepa ¿Quién puede acceder a esa clase de formación? - Preguntó Izan.

-Todos. La mayoría de esa formación se la tiene que dar uno mismo a través del pensamiento, el estudio y el autoconocimiento. Pero para la mayoría es más fácil actuar sin pensar. La miseria ha azotado a la humanidad desde tiempos inmemoriales y es la fuente de dos clases de personas. La primera clase actúa para conseguir lo que no puede tener y el segundo grupo consigue tener lo que puede actuando. La diferencia es que los primeros son guiados por lo que ven y los segundos por lo que piensan. Esa es la diferencia y no hay excusas para no controlar la maquinaria mental con la que llevas conviviendo desde tu nacimiento. - Aclaró Aitana girada y mirando a Izan, el más joven de los allí reunidos.

-No sabes las cosas que llegamos a ver en nuestro día a día Aitana. Es una pena que tanta gente eche su vida por la borda e incluso arrastre a otras por recursos materiales, ansias de poder o causas de todo tipo. - Añadió Izan.

-¿Es una pena?. No, no lo es. Hasta las mejores cosechas se pierden por una tormenta o por una sequía e incluso muchas semillas no germinan por caer en sitios inapropiados. Lo natural es que coexistan lo moralmente reprobable y lo moralmente aceptable. Es un principio de la naturaleza pero la cuestión es que no lo veas como una pena porque cada camino que escoge un ser humano, al fin y al cabo, es igual de válido. - Dijo la anciana.

-¿Cómo puedes decir eso? No creo que tenga el mismo valor mi vida que la de un asesino. - Pronunció Izan.

-¿Acaso tienes tú la fórmula matemática para calcular el valor de una vida? - Contestó la anciana.

-No, no, pero yo construyo y este tipo de gente destruye. - Añadió Izan.

-¿Y acaso el destructor no conciencia a los constructores y crea la necesidad para la civilización de una serie de servicios públicos que dan de comer a mucha gente, entre otras interrelaciones que se me escapan?¿Acaso existiría la Guardia Civil si todo ciudadano obedeciera a una ética y moral utópica? - Preguntó la anciana intercalando unos segundos entre las dos preguntas.

-Es algo que debo pensar porque nunca me lo había planteado. - Dijo Izan tocándose la nariz.

-Yo os ayudaré. Nada en este mundo es negro ni blanco. Eso es una ilusión óptica dual que sí que es penosa. Más bien todo juicio debería responder a una escala de grises. Si pones toda tu valoración en un único plato de la balanza esta terminará por caerse al suelo y no te dará ningún resultado. Así que, para empezar olvidaros de generalizar, olvidaros de radicalizar vuestros juicios y sopesar a largo plazo cuáles son los efectos de los actos más reprobables para la mayoría de la población. - Declaró Aitana.

-Pero las leyes generalizan para la población las consecuencias de los actos. - Dijo José.

-Algo totalmente necesario pero si comprendéis lo que os digo y cambiáis vuestra forma de enjuiciar a los actos y a las personas la vida se os hará más fácil hasta el punto en que llegareis a la conclusión que es una pérdida de tiempo el valorar que es lo que da pena, tristeza, rabia, etc. - Aclaró la anciana.

-Te prometo que al menos pensaré en ello. - Dijo José mirando a Izan y guiñándole un ojo mientras pensaba en los buenos consejos que le había dado Aitana en el pasado y que le habían servido más de una vez.

-Yo también Aitana. Gracias por la lección. Y por el almuerzo. - Dijo Izan mientras Aitana les ponía el almuerzo encima de la mesa que consistía en un plato individual para cada uno de ellos y un plato al centro para que lo compartieran.

José y Izan devoraron el almuerzo mientras escuchaban a Aitana hablar de su pasado y ciertas historias que sus invitados ya habían escuchado en otras ocasiones lo que demostraba que la mente de la anciana no pasaba por sus mejores momentos. Pese a ello a José y a Izan les gustaba escucharlas por la oratoria de Aitana así como porque siempre aprendían algo. Cuando acabaron de almorzar los tres dieron una vuelta por la finca como ritual de despedida de esas tierras y cuando eran sobre las once de la mañana aquellos Guardias Civiles se despidieron de Aitana con la promesa de que la visitarían en la Residencia de Ancianos. Aitana les agradeció esa declaración de intenciones aunque sabía que eso ocurriría con mucha menos frecuencia que la actual por diversos motivos y les pidió que le prometieran que siempre intentarían ayudar a la gente en sus actuaciones profesionales. José e Izan aceptaron y entonces la anciana se acercó a ellos para darles un beso en la frente a cada uno de ellos.

Cuando los agentes de la ley abandonaron la finca Aitana se dedicó a terminar de realizar los preparativos para la comida que solía darse a las dos y media. Hasta esa hora no esperaba a sus hijos ya que tenían la fea costumbre de llegar a mesa puesta. A las doce y media tenía todo preparado para comenzar a hacer la paella de atún y sepia por lo que le sobraba algo de tiempo que decidió aprovechar para disfrutar de sus animales y despedirse de ellos tranquilamente. A la hora Aitana volvió a la casa para comenzar a preparar la comida y a partir de las dos y cuarto comenzaron a llegar sus hijos con sus nietos, sus parejas correspondientes e incluso una bisnieta de dos años de edad que era una de sus grandes fuentes de alegría. En total se sentaron a la mesa del comedor dieciocho familiares contando con la anciana. La comida discurrió como siempre, entre un excelente clima familiar que Aitana siempre se había encargado de fomentar y una paella que a todos les pareció muy buena. Cuando acabaron de comer y tras los postres y el café que se habían encargado de preparar y comprar algunos miembros de aquel encuentro familiar, el hijo mayor de Aitana, Aitor, sacó tres botellas de sidra que fueron descorchadas y servidas en copas altas. Aitor, con su copa de sidra en alto, sugirió un brindis con las siguientes palabras:

-Por la cabeza de la familia y mamá, que se dejó los cuernos para criarnos en esta finca con todo el inagotable amor que nos ofreció y que sigue ofreciéndonos a día de hoy. También por papá, que junto con ella formaban un equipo ideal y que siempre nos han servido de ejemplo para lograr vivir una vida digna de los mejores. Gracias mamá. Brindo por ti.

Cuando Aitor terminó su breve discurso todos los allí presentes bebieron de sus copas para acto seguido comenzar a demandar gritando unas palabras de Aitana  mientras le daban golpes a la mesa con júbilo. Entonces la matriarca levantó su copa y el jaleo se transformó en un serio silencio. Aitana recorrió con su mirada a todos y comenzó a hablar:

-Para empezar me gustaría agradecer que hayamos conseguido reunir a toda la familia en un día tan especial para mí como es hoy. Sé que estas palabras llegarán de una u otra forma al papá y a Ángel, quien nos fue arrebatado físicamente por el maldito Metaverso. El papá y yo compramos esta finca cuando nació Alejandro y en ella vosotros, mis hijos, os habéis criado y vivido vuestra adolescencia. En aquel momento creímos que era una buena opción y visto lo visto así fue porque los tres que me quedáis sois hombres íntegros que habéis forjado una familia y que, por lo que se, sois respetados en todos los entornos en los que os movéis o habéis pasado. También habéis educado a mis nietos excelentemente y prueba de ello es que me siento querida por todos ellos. A partir de mañana se cierra una etapa en la vida de todos nosotros, especialmente en la mía, para que nazca otra donde el amor que nos tenemos debe ser una constante en la función familiar. Recordad que el papá y yo siempre os llevaremos en el corazón y que estamos orgullosos de vosotros con independencia de vuestros roles y estatus, conceptos que van y vienen al contrario que ocurre con vuestra identidad, que siempre plasmará los valores familiares que portáis con vosotros. Vuestra bondad, virtud que siempre hemos intentado trasladaros y que por lo que parece hemos conseguido es el mayor de mis orgullos. Os quiero y siempre os querré porque sois sangre de mi sangre pero sobre todo sois dignos compañeros de mi largo viaje en esta vida. ¡Gracias por todo familia!

Tras unos segundos más de silencio todos comenzaron a aplaudir a Aitana y algunos pocos derramaron algunas lágrimas mientras por orden se iban acercando para abrazar a la anciana. Cuando acabaron Aitor le dijo que su discurso mas que un adiós a la finca parecía una despedida final a lo que Aitana le dijo que hay que sellar bien cualquier final. Todos juntos disfrutaron de una sobremesa especial ya que sabían que sería la última en aquella finca junto a la matriarca y tras dos horas rescatando recuerdos de momentos especiales que allí se habían producido los miembros de la familia fueron abandonando el lugar movidos por las obligaciones personales de cada uno de ellos. El último en abandonar el lugar fue su hijo mayor Aitor, quien antes de despedirse le dijo a Aitana que pasaría a por ella al día siguiente para llevarla a la residencia de ancianos y llevar a cabo los últimos trámites de aquella operación.  A las seis de la tarde Aitana pudo volver a disfrutar de su tan gratificante soledad en la finca y que comenzó por una meditación de una media hora sentada en una silla en el pinar. Cuando terminó se dirigió al porche de la casa para volver a sentarse en una mecedora que pertenecía a su ya difunto marido con la intención de hacer un repaso a los años de su larga vida, algo que no hacía desde que su hijo Ángel trasvasó su mente al Metaverso.

Aitana había sacado adelante cuatro hijos a base de mucho trabajo y que, en su opinión, los había preparado para la vida adecuadamente tal y como demostraban sus logros y virtudes. Por otro lado la anciana había sido profesora de matemáticas en un instituto de Benidorm y durante esa etapa se granjeó el cariño de sus compañeros así como de casi todos los alumnos a los que dio clase. Muestra de ello fue la gran multitud que asistió a su despedida del centro en el que trabajaba como consecuencia de su jubilación, en el año dos mil ciento veinte, justo cuando comenzó la gran crisis económica mundial. A sus cuarenta años Aitana fundo una escuela de budismo de tradición Mahayana en Alicante con sus propios recursos y allí se dedicó a dar ponencias así como a formar a los miembros de la escuela en esa filosofía, que incluía ponencias y sesiones de meditación. Ya cuando se jubiló volcó todos sus esfuerzos en esta escuela que funcionaba bastante bien y donde ayudó a muchísimas personas a convivir con la pobreza que trajo la gran recesión global pese a los estragos que hizo en la sociedad. Todo el mundo que conocía a Aitana sabía que una de sus pasiones era ayudar a la gente desinteresadamente y que conseguía transformar sustancialmente las vidas de quienes se acercaban a ella, incluidas ciertas personalidades de alto nivel que acabaron ayudando económicamente a otro proyecto altruista de la anciana y que era una ONG para ayudar a los más necesitados a través de un banco de alimentos. También muchos coincidían en que Aitana emanaba una energía especial así como un fuerte magnetismo que conseguía involucrar a las personas en sus ideas y proyectos lo que le conllevó la creación de una gran reputación que supo utilizar para seguir invirtiendo en sofocar la miseria coyuntural de la sociedad. Por ello, recibió algún que otro premio y fue entrevistada en distintos medios de comunicación, incluidos algunos de tirada nacional. 

Cuando acabó el repaso ya era de noche por lo que se levantó de la mecedora con alguna dificultad y fue a realizar las obligaciones relacionadas con el cuidado de sus animales. Cuando acabó, se encargó de cerrar bien las puertas de entrada a la finca y a la casa y pegó un pequeño bocado viendo las noticias en el televisor, entre las que le llamó la atención que el recién formado Gobierno Mundial se estaba proponiendo implementar la obligatoriedad de implantar cierta tecnología en la mente de los ciudadanos para llevar a la sociedad a otro nivel. Cuando acabó de disfrutar de aquella ligera cena apagó el televisor y subió a la planta de arriba de la casa en dirección a su dormitorio para acostarse. A Aitana le gustaba leer un poco antes de dormir pero esa noche no lo hizo. En cambio llevó a cabo una meditación extendida sobre la cama de unos diez minutos para acabar dirigiendo a los Budas Maitreya y Amida una petición que llevaba consolidando desde hacía unos días. Aitana, a lo largo de su vida, jamás había pedido nada a ningún ser sobrenatural relacionado con la filosofía que practicaba pero tras meditar y divagar acerca de los cambios que se iban a dar en su vida y teniendo en cuenta su estado físico, decidió utilizar esta herramienta concienzudamente para tratar de que se cumpliera un profundo anhelo suyo. 

La anciana se fue quedando dormida poco a poco y durante este proceso en el que aún era algo consciente oyó una voz que le transmitió que su deseo había sido concedido antes de quedarse dormida profundamente. Aitana nunca volvió a despertar. Falleció dulcemente en la madrugada del quince de Marzo del año dos mil ciento setenta y cuatro d.C. cumpliéndose su único y último deseo que pidió a las deidades que supuestamente pertenecían a su filosofía favorita.


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